sábado, 14 de noviembre de 2009

TODO SUCEDE AL ESCRIBIR

La aridez es un espacio vacío donde las palabras ya no cuentan. El blanco ¿es acaso un color? Los oídos se agrandan pretendiendo oir. Quedan tensos en posición de escucha. Y sólo se oye el sonido de las caracolas...

Anoche soñé un sueño que no recuerdo. Eso sí, era acogedor como todos mis sueños. A pesar de que en ellos me desgarren la carne, jamás siento dolor como el que me sucede en la vigilia...

Hoy quería estar acompañado, compartir el mar que nubla constantemente mis ojos y nadar hacia ese puerto donde alguien construyó un embarcadero de algodón y leche, crema y azucenas...

¿Existe alguna regla para escribir poesía? ¿Hay palabras o gestos que no sólo no riman sino que destruyen el ritmo, más aún, el progresivo encadenamiento sutil de los conceptos?

La arena siempre tiene el mismo color. La luz no modifica el tamaño de sus granos. El viento la adormece y la despierta, depende de la dirección que lleve, al igual que mis deseos...

sábado, 24 de octubre de 2009

LA NADA

Puedo escuchar la nada y seguir callando



Mis dedos son los que soportan el peso entero

de la soledad que no quiere llorar

ausencias ni presencias.



Son hojas las que gritan aplastadas por mis pies

cansados de tanto sostener el cuerpo todo

contenedor infame de enfermedades y recuerdos.



No supongas que ahora te voy a hablar

de otoños "esperados" desde siempre

de cuando el cielo presagiaba no indicaba.



Sólo diré que la filosofía me ha ayudado

a seguir enredando mis historias

sin otra conclusión que la mentira.



Terminaré afirmando que es el otro

el que me dicta la poesía el que destruye

lo que quiere iniciarse cada día.



Y que a pesar de perderme en el fraseo

prefiero la palabra equivocada antes de que

tu mirada me silencie y mi lengua se destroce

entre tus dientes

miércoles, 14 de octubre de 2009

VERSEAR

A veces es bueno reconocer al tacto
esa escritura que arrasará con premios
concursos y estatuillas.

Sentir el braille de una poesía clara.

Pero la mía muere oscurecida
por la opacidad de mis palabras.

Sin medida ni rima.

Ni siquiera sabe cómo se construyen los sonetos,
no se quiere acostar junto a Borges o Neruda
y teme perder su himen si flirtea con Vallejo
aunque ya haya sido profanada por mis manos.

Y en un instante, el cielo me protege:
se desploma
sobre tanta estupidez escrita
y moja mis palabras
las tiñe a su arbitrio
de amarillo Van Gogh
o azul Picasso
cubriéndolas de nada y de silencio,
salvándolas
de la lenta agonía
del menosprecio
o de la indiferencia.